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Muere con una sonrisa en tu rostro, una sonrisa de agradecimiento, de gratitud por todo lo que la vida te ha dado

Pregunta:
La semana pasada supe que tengo cáncer. Desde entonces, excepto durante unos pocos momentos de miedo y pánico, he sentido que una profunda calma y relajación llegaba a mi ser. ¿Es la calma de la aceptación o es que he dado ya por perdida mi vida?

     "... Pero para el hombre que llega a saber que el cáncer va a golpe­arle al cabo de siete días todo en la vida se torna insignificante. Todas las urgencias desaparecen. Estaba pensando en construirse un hermoso lugar: toda la idea desaparece. Estaba preocupado por la tercera guerra mundial: ya no se preocupa más. No le importa. Lo que suceda después de que desaparezca no tiene importancia, sólo tiene siete días para vivir.Si está un poco alerta durante esos siete días puede llegar a vivir setenta años o setecientos años o toda la eternidad; porque ahora la meditación se vuelve una prioridad, el amor se vuelve una prioridad... la danza, el regocijo, la experiencia de la belleza, todo eso que nunca antes había sido una prioridad. Durante esa semana la luna llena nocturna será una prioridad, porque nunca verá de nuevo la luna llena. Esta es su última luna llena. Ha vivido durante años: las lunas han venido y se han ido, y nunca se preocupó de ellas; pero ahora tiene que tomársela en serio. Esta es la última luna, esta es la última oportunidad de amar, esta es la última oportunidad de ser, esta es la última oportunidad de experimentar todo lo que es hermoso en la vida. Y ya no dispone de energía para la rabia, para luchar. Puede posponerlo; puede decir: «Después de una semana te veré en el juzgado, pero déjame esta semana de vacaciones».

     Sí, al principio sentirás tristeza, desesperación de que la vida se te deslice entre las manos. Pero siempre ha estado deslizándose entre tus manos ya sea que te dieras cuenta o no. Se desliza entre las manos de todo el mundo, ya sea que se den cuenta o no. Tú eres afortunado por saberlo.

     Esto me recuerda a un gran místico: Eknath. Un hombre había estado acudiendo a él durante años. Un día fue por la mañana tem­prano, cuando no había nadie, y le dijo a Eknath:

     -Perdóname, por favor. He venido temprano para que no hubiera nadie más, porque voy a hacerte una pregunta que siempre quise hacerte pero me sentía tan azorado que la contenía.
     Eknath dijo: -No hay motivo para estar azorado. Podías haber­me hecho cualquier pregunta en cualquier momento. Siéntate aquí.
     Así que se sentaron en el templo y el hombre dijo:
     -Me resulta difícil; ¿cómo plantearla? Mi pregunta es que he venido a verte durante años y nunca te he visto triste, frustrado. Nunca te he visto ansioso ni en ningún estado de inquietud. Siempre estás feliz, siempre satisfecho, contento. No puedo creer­lo. Mi mente dubitativa me dice: «Este hombre está aparentando». He estado batallando con mi mente, diciéndole que no se puede disimular durante años y años. Me he dicho: «Si está aparentando, intenta hacerlo tú». Y lo he intentado durante cinco minutos, siete minutos como máximo, y me he olvidado de ello. Llegan las preo­cupaciones, llega la rabia, llega la tristeza, y si no viene nada ¡entonces llega mi esposa!... y todas mis pretensiones desaparecen. ¿Cómo te las arreglas día tras día, mes tras mes, año tras año? Siempre he visto en ti la misma dicha, la misma gracia. Por favor, perdóname, pero persiste en mí la duda de que estás aparentando. Tal vez sea que no tienes una esposa; esa parece ser la única dife­rencia entre tú y yo.
     Eknath dijo: -Muéstrame tu mano.
     Tomó su mano entre las suyas, la miró y se puso muy serio.
     El hombre dijo: -¿Hay algo mal? ¿Qué sucede? -Se olvidó de todas sus dudas y de sus pretensiones y de Eknath.
     Eknath dijo: -Antes de responder a tu pregunta, te diré que he visto que tu línea de la vida se acaba... sólo te quedan siete días más. Quería decírtelo en primer lugar porque podría olvidarme. Una vez haya comenzado a responder a tu pregunta podría ser que me olvidara.
     El hombre dijo: -Ya no estoy interesado en la pregunta ni estoy interesado en la respuesta. Sólo ayúdame a sostenerme en pie.
     Era un hombre joven. Eknath dijo:
     -¿No puedes sostenerte en pie?
     -Siento que se me ha ido toda la energía -dijo el hombre.
Sólo siete días, y tenía tantos planes... todo se ha hecho añicos. ¡Ayúdame! Mi casa no está lejos, llévame a mi casa.
     Eknath dijo: -Puedes irte. Puedes caminar. Has venido caminando perfectamente bien hace apenas unos instantes.
     El hombre intentó incorporarse; parecía como si le hubieran arrebatado toda su energía. Y cuando estaba bajando las escaleras parecía como si hubiera envejecido súbitamente: tenía que apoyar­se en la barandilla. Mientras se alejaba por la carretera parecía que fuera a caerse en cualquier momento, estaba caminando como un borracho. Pero se las arregló para llegar a su casa.
     Todo el mundo se estaba levantando -era por la mañana, muy temprano- y él se fue a dormir. Todos le preguntaron: -¿Qué sucede? ¿Estás enfermo, no te encuentras bien?
     El dijo: -Ahora ni siquiera me importa la enfermedad. El que me sienta bien o no es irrelevante. Mi línea de la vida se ha acaba­do, sólo me quedan siete días. Hoy es domingo; el próximo domingo, cuando se ponga el sol, me habré ido. ¡Ya casi me he ido!
     Todos en la casa se pusieron tristes. Los parientes comenzaron a reunirse, los amigos... porque Eknath nunca había dicho una men­tira, era un hombre de palabra. Si él lo había dicho, la muerte era cosa segura. Al séptimo día, justo antes de que se pusiera el sol, la esposa estaba llorando y los niños estaban llorando y los hermanos estaban llorando y el anciano padre y la anciana madre habían perdido el conocimiento. Eknath llegó a la casa y todos le dijeron:
     -Has llegado justo a tiempo. Bendícele; está a punto de emprender el viaje hacia lo desconocido.
     En esos días el hombre había cambiado mucho; hasta Eknath tuvo que hacer un esfuerzo para reconocerle. Era un puro esquele­to. Eknath le sacudió; él intentó abrir los ojos. Eknath dijo:
     -He venido a decirte que no vas a morir. Tu línea de la vida es todavía lo suficientemente larga. Te dije que ibas a morir al cabo de siete días como respuesta a tu pregunta. Esa fue mi respuesta.
     El hombre se incorporó de un salto diciendo:
     -¿Esa fue tu respuesta? ¡Dios mío! Ya casi me habías matado.
     Estaba mirando por la ventana viendo el sol, y cuando se hubiera puesto me habría muerto.
     Hubo un gran regocijo, pero el hombre preguntó:
     -¿Qué clase de respuesta es esta? Esta clase de respuestas pueden matar a la gente. ¡Pareces un asesino! Creemos en ti y tú sacas partido de nuestra fe.
     Eknath dijo: -Excepto esa respuesta, nada habría podido ayu­darte. He venido a preguntarte: durante estos siete días, ¿te has peleado con alguien, te has enfadado con alguien? ¿Has ido a los juzgados?, que es tu práctica habitual; todos los días se te encuen­tra en los juzgados.
     Y es que él era un hombre de esa clase, ese era su negocio. Estaba dispuesto a atestiguar hasta en casos de asesinato; bastaba con que se le pagara lo suficiente. Fue testigo en un juicio por ase­sinato, y el juez sabía que este hombre no podía haber visto nada. ­Era un testigo profesional.
     Eknath preguntó: -¿Qué le ha pasado a tu negocio? En estos siete días, ¿cuántas veces has atestiguado?, ¿cuánto has ganado?
     Él dijo: -¿De qué estás hablando? No me he movido de la cama. No he comido, no tenía apetito ni sed. Estaba casi muerto. No sentía ninguna energía, ninguna vida en mí.
     Eknath dijo: -Ahora levántate, ya es hora. Date un buen baño, come bien. Mañana tienes un caso en el juzgado. Continúa con tu trabajo. Y yo he respondido a tu pregunta, porque desde que me di cuenta de que todo el mundo tiene que morir... Y la muerte puede llegar mañana; tú tuviste siete días. Yo no tengo ni siquiera siete días; puede que mañana no vuelva a ver salir el sol. Yo no tengo tiempo para estupideces, para estúpidas ambiciones, para la codi­cia, para la rabia, para el odio. Simplemente no tengo tiempo, por­que mañana puede que no esté aquí. En este pequeño lapso de tiempo puedo regocijarme en las bellezas de la existencia, en las bellezas de los seres humanos. Si puedo compartir mi amor, si puedo com­partir mis canciones puede que la muerte no sea dura conmigo.

     He oído de los antiguos que aquellos que saben morir, automá­ticamente saben vivir. Su muerte es algo hermoso porque sólo mue­ren exteriormente; interiormente el viaje de la vida continúa.

     El que hayas llegado a saber que tienes cáncer ciertamente habrá sido impactante, te traerá tristeza y desesperación. Pero eres uno de mis sannyasins; tienes que hacer de esto una oportunidad para que se produzca una gran transformación en tu ser. Estos pocos días que estés aquí deberían ser días de meditación, de amor, de compasión, de amistad, de juegos, de risa. Y si puedes hacer eso serás recompensado con una muerte consciente. Esa es la recom­pensa a una vida consciente....
     Acepta que la muerte es sólo parte de tu vida, y acepta el hecho de que hayas llegado a saberlo antes de tiempo. De otro modo la muerte llega y tú no puedes escuchar sus pisadas, los sonidos de la muerte aproximándose. Es por eso que te dije que eres afortunado: la muerte ha llamado a tu puerta siete días antes. Utiliza estos días con profunda aceptación. Haz de estos siete días el mayor disfrute posible; que sean siete días de risas. Muere con una sonrisa en tu rostro, una sonrisa de agradecimiento, de gratitud por todo lo que la vida te ha dado...."

Osho, De la medicación a la meditación
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