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Haz lo que crees que te hace disfrutar y disfrútalo plenamente

"Anoche estuve leyendo una historia japonesa preciosa. Esos cuentos existen en todo el mundo, y son muy semejantes. Es preciosa. Escuchadla.

Érase una vez un hombre que trabajaba en una cantera. Trabajaba mucho y muchas horas, pero su sueldo era muy escaso y no se conformaba.

¿Y quién se conforma con lo que tiene? Ni siquiera los emperadores, o sea que un picapedrero... Trabajaba mucho y casi por nada.
Se quejaba de la dureza de su trabajo y un día exclamó, suspirando: «¡Ojalá fuera rico y pudiera descansar en un diván con una colcha de seda!». Y bajó un ángel del cielo y le dijo: «Eres lo que has dicho».

Y estas cosas ocurren, no sólo en las parábolas y los cuentos, sino en la vida real. Lo que piensas sobre ti mismo empieza a ocurrir. Creas tu mundo con tus pensamientos, creas tu mundo con tus deseos. Si insistes en algo, empieza a ocurrir. La realidad no deja de colaborar contigo. Espera al momento adecuado, al día en el que tú empieces a colaborar con ella. Y hasta entonces también colabora contigo. Y el ángel dijo: «Eres lo que has dicho». Y de repente era rico, y descansó en un diván con colcha de seda.

Pasó por allí el rey con jinetes delante y detrás de su carruaje y con un parasol dorado para protegerse la cabeza. Cuando el hombre rico vio aquello, se enfadó porque él no tenía un parasol dorado y no se conformaba. Suspirando, dijo: «Ojalá fuera rey». Y el ángel volvió y le dijo: «Eres lo que has dicho».


De repente era rey y llevaba muchos jinetes delante y detrás de su carruaje y un parasol dorado para protegerse la cabeza; el sol lanzaba rayos tan ardientes que la tierra se agostaba y se marchitaba la hierba. El rey se quejó de que el sol le abrasaba la cara, de que superaba su poder, y no se conformaba. Suspirando, dijo: «Ojalá fuera el sol». Volvió el ángel y le dijo: «Eres lo que has dicho». Se convirtió en el sol y lanzó sus rayos en todas direcciones, a derecha e izquierda, por todas partes, y agostó la hierba de la tierra y abrasó el rostro de todos los reyes que habitaban la tierra.

Y de repente una nube se interpuso entre la tierra y él, y los rayos del sol rebotaban, y se puso furioso al ver que se resistía a su poder. Se quejó de que la nube lo superase, y no se conformaba con nada. Quiso ser la nube, tan poderosa como ella, y el ángel volvió y le dijo: «Eres lo que has dicho».

Se convirtió en nube, se colocó entre el sol y la tierra y recogió los rayos para que la hierba verdeara. La nube derramó grandes gotas de lluvia sobre la tierra, los ríos se desbordaron y las riadas se llevaron las casas por delante, destruyeron los sembrados con tanta agua. Cayó sobre una roca que no quería ceder, le lanzó chorros de agua, pero la roca no cedía, y se puso furioso porque la roca no cedía a su poder, porque el poder de tanta agua era vano, y no podía conformarse con eso.

Dijo: «Esa roca tiene un poder que supera al mío. Ojalá fuera una roca». Llegó el ángel y lo convirtió en roca, y no se movió ni cuando brillaba el sol ni cuando caía la lluvia.

Y entonces apareció un hombre con un martillo y una gubia para arrancar trozos de la roca, y la roca dijo: «¿Cómo es posible que el poder de este hombre supere al mío y me arranque trozos?», y no se conformaba. Dijo entre lamentos: «¡Soy más débil que él! Ojalá fuera ese hombre». El ángel bajó del cielo y le dijo: «Eres lo que has dicho». Y volvió a ser picapedrero, a arrancar piedras a base de mucho trabajo, y a trabajar mucho por poco dinero... y se conformó....

Eso es lo que ocurre con la mente de todos: deseas algo, se cumple, pero cuando se cumple sigues quejándote. Hay algo que te produce descontento.

Hay que comprenderlo: si tu deseo no se cumple, te sientes frustrado; si se cumple, también te sientes frustrado. Ésa es la tristeza del deseo. Cuando se cumple, no te sientes satisfecho. Y de repente surgen muchas cosas nuevas.

No se te había ocurrido que cuando fueras rey, escoltado por jinetes y con una sombrilla dorada para protegerte la cabeza, el sol podía ser tan fuerte como para abrasarte la cara. No lo habías pensado. Después soñaste con ser el sol, te convertiste en el sol, pero no se te había ocurrido pensar en la nube. Cuando aparece la nube, tú te quedas impotente. Y así continúa todo, como las olas del mar, interminables, a menos que lo comprendas y te desprendas de la rueda.

La mente te dice una y otra vez: «Haz esto, sé eso. Posee esto, posee lo otro... Si no tienes eso, ¿cómo vas a ser feliz? Tienes que tener un palacio, y entonces serás feliz». Si se imponen condiciones a tu felicidad, nunca serás feliz. Si no puedes ser feliz tal como eres, como el picapedrero... Ya sé que trabajar cuesta mucho, que se gana poco, que la vida es una lucha continua... pero si no puedes ser feliz tal como eres, a pesar de los pesares, jamás serás feliz. A menos que una persona sea feliz porque sí, sin razón alguna, a menos que esté lo bastante loca como para ser feliz sin razón alguna, esa persona no será feliz jamás. Siempre encontrarás algo que destruya tu felicidad. Siempre te faltará algo, siempre habrá alguna ausencia. Y esa «ausencia» volverá a ser objeto de tus fantasías.
Y no se puede llegar a un estado en el que se alcance todo. Incluso si se pudiera, tú no serías feliz. Fíjate en el mecanismo de la mente: si todo fuera alcanzable y lo lograses, de repente te aburrirías. Y entonces ¿qué?...

Cuando el piloto de un avión sobrevolaba la zona de Catskills le señaló al copiloto un valle precioso: «¿Ves eso? Cuando era pequeño, pescaba ahí, en una barca. Cada vez que pasaba un avión miraba hacia arriba y me imaginaba que yo lo pilotaba. Ahora miro hacia abajo y me imagino que estoy pescando».

Así ocurre siempre. Cuando no eres famoso quieres ser famoso. Te duele que la gente no te reconozca. Vas por la calle y nadie te mira, nadie te reconoce. Te sientes un don nadie. Te esfuerzas por ser famoso, y un día lo consigues. De repente no puedes ir por la calle, porque la gente no para de mirarte. No tienes libertad, prefieres quedarte recluido en tu casa. No puedes salir; estás como en una cárcel. Te pones a pensar en aquellos días maravillosos en los que paseabas tranquilamente por la calle... como si estuvieras solo. Sientes nostalgia de esos días. Pregúntales a los famosos.


En sus memorias, Voltaire dice que cuando no era famoso --como todo el mundo, no siempre fue famoso--, lo deseaba y hacía todos los esfuerzos posibles, hasta que llegó a convertirse en uno de los hombres más famosos de Francia. Su fama llegó a tal extremo que casi le resultaba peligroso salir de su casa, porque en aquella época de supersticiones se pensaba que si podías arrancar un trozo de tela de la ropa de un gran hombre te servía de protección, que tenía un enorme valor para protegerte. Era una protección contra los fantasmas, contra los accidentes y demás.

De modo que cuando tenía que ir a la estación a coger un tren llevaba escolta policial, porque si no la gente le arrancaba la ropa. No sólo eso; le arrancaban incluso la piel, y volvía a casa lleno de cardenales, ensangrentado. Se hartó tanto de su fama, de no poder salir de su casa, de que la gente se abalanzara como lobos sobre él, que empezó a pedirle a Dios: «¡Ya está bien! Ya he conocido la fama. Ya no la quiero. Estoy poco menos que muerto». Y entonces ocurrió. Llegó el ángel y dijo: «De acuerdo». Y poco a poco se desvaneció su fama.

Las personas cambian de opinión muy fácilmente; no tienen integridad. Al igual que la moda, las cosas cambian. Un día estás en la cima de la fama y al día siguiente la gente se ha olvidado de ti. Un día eres presidente de un país y al día siguiente un simple ciudadano. No le importas a nadie.
Y así ocurrió con Voltaire, que la gente cambió de opinión, cambió el clima y la gente se olvidó de Voltaire. Cuando iba a la estación tenía la esperanza de que alguien, al menos una persona, estuviera allí para saludarlo. El único que iba a recibirlo era su perro.

Cuando murió, sólo acudieron cuatro personas a darle el último adiós; más bien tres personas y su perro. Debió de morir muy triste, suspirando por la fama.

¿Qué le vamos a hacer? Así funcionan las cosas. La mente nunca te dejará ser feliz. En cualesquiera circunstancias, la mente siempre encontrará algo para que no seas feliz.

Voy a decirlo de otra manera: la mente es un mecanismo destinado a crear infelicidad. Su única función consiste en crear la infelicidad.
Si te libras de la mente, de repente eres feliz, sin razón alguna. La felicidad es entonces algo tan natural como respirar. No necesitas darte cuenta de que respiras. Simplemente respiras. Consciente, inconsciente, dormido o despierto, sigues respirando. La felicidad es exactamente así.
La felicidad es tu naturaleza más íntima. No necesita de circunstancias externas; simplemente está ahí, es tú. La dicha es tu estado natural, no un logro. Simplemente saliendo del mecanismo de la mente empezarás a sentirte dichoso...

Me preguntas: «¿Por qué estoy siempre fantaseando sobre el futuro?». Fantaseas sobre el futuro porque en realidad no has probado el presente. Empieza a probar el presente. Encuentra momentos para deleitarte. Al mirar los árboles, sé la mirada. Al escuchar los pájaros, sé el oído que escucha. Deja que lleguen a lo más profundo de ti, que su canto se extienda por todo tu ser. Sentado en la playa, escucha el bramido de las olas, hazte uno con él... porque el bramido de las olas no tiene pasado, ni futuro. Si puedes sintonizarte con él, también serás un bramido. Abraza un árbol y relájate. Siente cómo se precipita en tu ser su forma verde. Túmbate en la arena, olvídate del mundo, comulga con la arena, con su frescor, siente cómo te saturas de ese frescor. Ve al río, nada, y deja que el río nade dentro de ti. Chapotea y conviértete en el chapoteo. Haz lo que crees que te hace disfrutar y disfrútalo plenamente. En esos momentos desaparecerán el pasado y el futuro y estarás aquí y ahora..."

Osho, Alegría. La felicidad que surge del interior
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