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La persona que te tiene lástima disfruta tu infelicidad

"Es un hecho psicológico muy conocido que las personas disfrutan su infelicidad porque les trae compasión. Cuando eres infeliz , todo el mundo te tiene lástima, todo el mundo te consuela. Cuando eres feliz nadie viene a consolarte, a tenerte lástima, sería absurdo hacerlo. Es un juego muy ingenioso: te sientes infeliz, alguien te expresa su lástima, tú disfrutas la lástima, pues te ha hecho falta el amor.

La lástima es un mal sustituto del amor, muy malo. No conoces el amor. Crees que la lástima es una actitud muy amorosa y por eso disfrutas la lástima; y la persona que te tiene lástima disfruta tu infelicidad. Se convierte en alguien superior a ti. Es el que consuela, no el que es consolado; está en una mejor posición. Si tu casa se incendia, todos en el pueblo se reúnen a manifestarte su lástima, profundamente felices de que sus propias casas no se hayan incendiado.

Mi abuelo murió. En mi familia, él era el miembro más viejo y yo, el más joven, pero por una extraña coincidencia éramos grandes amigos. Todos aquellos que estaban entre los dos en edad, estaban en contra de ambos. Estaban en contra mía y decían: “¿Vas a llevar al anciano al cine?. No parece correcto a su edad”. Y cuando una gran bailarina llegó a nuestra ciudad, levé a mi abuelo a verla y toda la familia estaba tan enfadada que cuando regresamos a casa esa noche no querían abrirnos la puerta...

Siempre que un santo llegaba a la ciudad me llevaba y me decía: “Búrlate de él. Hazle preguntas que no pueda responder. Y no te preocupes, pues yo estoy contigo”... Poco a poco los santos dejaron de llegar porque no tenían respuestas a las preguntas importantes...

Cuando él murió, yo estaba sentado... Era una hermosa mañana de invierno y el sol había salido. Yo estaba sentado al pie de la puerta porque todos los demás en la casa estaban acompañando al anciano. Uno de mis tíos me dijo: “Es curioso. Tu gran amigo ha muerto y tú estás afuera disfrutando del sol de la mañana”.

Yo dije:
“Cuando estaba vivo, ninguno de ustedes lo acompañaba excepto yo. Sólo les estoy dando la oportunidad de hacerlo; ya no habrá otra oportunidad. Pero ustedes sólo pueden acompañar a los muertos, no a los vivos”.

Los vecinos llegaron a ofrecer sus condolencias, a consolarnos --se encontraban conmigo primero porque yo estaba sentado afuera-- y comenzaban a sollozar, las lágrimas rodándoles por las mejillas. Yo les dije: “No finjan” y se escandalizaron. Les dije: “Esas lágrimas son lágrimas de cocodrilo, pues yo nunca los vi llegar cuando el viejo estaba vivo. Él era un león. Hubiera podido comérselos a ustedes de desayuno. Y ahora que está muerto...”


Pero él vivió tan plenamente, y su muerte fue tan hermosa... En el último momento me llamó, tomó mi mano en la suya y me dijo: “He vivido plenamente, sin remordimientos. Sólo recuerda: no escuches a nadie, sólo a tu propio corazón”.

Entonces les dije a los vecinos: “No hay necesidad de llorar por un hombre que vivió tan felizmente, tan bellamente. Cuando su abuelo muera, podrán llorar. Y recuerden, yo no acudiré, ni siquiera a consolarlos”...

Después dije: “Disfruten que su abuelo está vivo. ¡Veo que su corazón se alegra de que el abuelo de otros haya muerto!”...”


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