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Si deseas ser feliz, has de ser simple, porque cuanto más complejo eres, más infeliz te vuelves. Cuanto más compleja es tu vida, más sufrimiento crea

"Siento una gran afinidad con un hombre que nació hace dos mil años en Grecia. Su nombre era Epicuro. Nadie le considera religioso. La gente le considera el hombre más ateo que nunca haya nacido, el más materialista; sencillamente lo opuesto al hom­bre religioso. Pero yo no lo veo así. Epicuro era un hombre reli­gioso de forma natural. Recuerda estas palabras: religioso de for­ma natural. La religión surgió en él. Por eso, la gente nunca se fijó en él, porque nunca buscó. El proverbio "Come, bebe y sé feliz" surgió de Epicuro. Y ésta se ha convertido en la actitud del materialista.

En realidad, Epicuro vivió una vida de las más austeras. Vivió de la forma más sencilla en que nunca nadie haya vivido. Incluso un Mahavira, o un Buda, no eran tan simples y austeros como Epicuro, porque su simplicidad era cultivada; la habían trabajado, la ha­bían convertido en una práctica. Habían reflexionado sobre ella y habían abandonado todo lo que era innecesario. Se habían disci­plinado para ser simples; y siempre que existe disciplina, existe complejidad. En el fondo subsiste una lucha... y esa lucha siempre estará ahí detrás. Mahavira vivió desnudo, sin ropas; había re­nunciado a todo, pero había renunciado. No era algo natural.

Epicuro vivía en un pequeño jardín. El jardín era conocido como el "Jardín de Epicuro". No tenía una academia como Aris­tóteles, ni una escuela como Platón; tenía un jardín. Es sencillo y hermoso. Un jardín parece más natural que una academia. Vivía en el jardín con unos cuantos amigos. Ésa fue probablemente la primera comuna. Simplemente vivían allí sin hacer nada en parti­cular, trabajando en el jardín, teniendo lo suficiente para vivir.

Se dice que una vez, el rey fue a visitarles; él creía que aquel hombre estaría viviendo ostentosamente porque su lema era: come, bebe y sé feliz. "Si éste es el mensaje" --pensó el rey-- "me en­contraré con gente viviendo lujosamente, en la auto-indulgencia". Pero cuando llegó allí se encontró con gente muy sencilla traba­jando en el jardín, regando los árboles. Habían estado trabajando durante todo el día; poseían muy escasas pertenencias, sólo lo suficiente para vivir. Al anochecer, en la cena, no había ni siquie­ra mantequilla; tan sólo pan seco y algo de leche. Pero lo disfru­taron como si fuera una fiesta. Después de la cena, bailaron. El día se había acabado y daban gracias a la Existencia. El rey se puso a llorar porque en su mente siempre había condenado a Epicuro. Le preguntó, "¿Qué quieres decir con: come, bebe y sé feliz?". Epicuro le contestó, "Lo has visto. Aquí somos felices las veinticuatro horas. Si deseas ser feliz, has de ser simple, porque cuanto más complejo eres, más infeliz te vuelves. Cuanto más compleja es tu vida, más sufrimiento crea. Somos sencillos, no porque estemos buscando a Dios; somos sencillos porque ser sen­cillo es ser feliz". Y el rey le dijo, "Me gustaría haceros un rega­lo. ¿Qué os gustaría tener para el jardín y vuestra comunidad?". Epicuro no sabía qué contestar. Lo pensó y pensó y le dijo, "No creo que necesitemos nada. No te ofendas. Eres un gran rey, pue­des dárnoslo todo, pero no necesitamos nada. Si insistes, puedes enviarnos un poco de sal y mantequilla". Era un hombre austero.

En esa austeridad, la religión surge de forma natural. No pien­sas en Dios; no hay necesidad de hacerlo. La vida es Dios. No rezas juntando las manos al cielo; es una estupidez. Toda tu vida, desde la mañana hasta la noche, es una oración. Orar es una acti­tud; la vives, no la practicas. Epicuro podía haber entendido a Patanjali. Yo puedo entenderle. Soy capaz de sentir lo que quiere decir. Estoy diciendo todo esto para ti, para que no te sientas confundido, porque hay otros comentarios que dicen exactamente lo opuesto".

Osho, Yoga: la ciencia del alma, Vol. IV
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