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¡Tú no eres la ira! Tú eres el que la observa. Y ahí está la clave.

          "Si intentas no enfadarte, estarás reprimiendo la ira. Si intentas trascender el enfado, no estarás reprimiendo la ira. Al contrario, tendrás que entender la ira; tendrás que observar la ira. La trascendencia está en la observación.
          Si reprimes el enfado, la ira se aloja en tu inconsciente; te vas volviendo cada vez más venenoso. Eso no es bueno, no es sano; tarde o temprano acabará volviéndote neurótico. Y cualquier día, la ira acumulada explotará, y entonces será mucho más peligrosa porque te será absolutamente imposible controlarla. Así que es mejor acabar con ella cada día en pequeñas dosis. Esas dosis son homeopáticas: si de vez en cuando estás enfadado, estate enfadado. Esto es mucho más sano que acumular la ira durante años y luego, un día, explotar. Entonces te superará; ni siquiera te será posible darte cuenta  de lo que estás haciendo. Será una locura total. Puedes hacer algo tremendamente dañino, para ti mismo o para los demás; puede que te suicides o que asesines a alguien...
          En la trascendencia ni reprimes ni expresas la ira.
          Tú sólo sabes tratar con la ira de dos maneras: expresándola o reprimiéndola. Ninguna de las dos es la manera correcta de tratar con ella. No es la expresión, porque si la expresas provocas ira en el otro; entonces se produce una cadena. El otro la expresa y, de nuevo, tú te sientes provocado... ¿Dónde acabará?...
          Por miedo a que eso ocurra surgió la represión: no expreses tu ira, porque eso traerá una gran desdicha para ti y para los demás, una desdicha sin límites...
          La represión surgió por miedo a la expresión. Pero si reprimes, estarás acumulando el veneno. Acabará explotando.
          El tercer enfoque, el enfoque de la gente iluminada del mundo, no es ni expresar ni reprimir, sino observar. Cuando surja la ira, siéntate en silencio, deja que la ira rodee tu mundo interior, deja que la nube te envuelva, sé un observador silencioso. Mira...eso es ira...
          ¡Tú no eres la ira! Tú eres el que la observa. Y ahí está la clave. Cuando observas, te separas tanto de ella que no puede afectarte. Estás tan desligado, tan separado, tan calmado, tan lejano, a tanta distancia, que no parece importar en absoluto. De hecho, empezarás a reírte de todas las cosas ridículas que has hecho en el pasado...por esa ira. Tú no eres ella. Está ahí, fuera de ti. Está a tu alrededor. En cuanto dejes de identificarte con ella, dejarás de poner tu energía en ella.
          Recuerda, somos nosotros quienes le damos energía a la ira, sólo entonces se vuelve vital. No tiene energía propia; depende de nuestra cooperación. Cuando observas, no la estás alimentando; la cooperación se interrumpe. Seguirá estando ahí durante un momento, unos minutos, y luego desaparecerá. Al no encontrar raíces en ti, al no encontrarte disponible, al ver que estás muy lejos, que eres un vigía en el otero, se disipará, desaparecerá. Y esa desaparición es hermosa. Esa desaparición es una gran experiencia.
          Al ver desparecer la ira, surge una gran serenidad, el silencio que sigue a la tormenta. Te sorprenderá ver que cada vez que surja la ira, y puedas observarla, caerás en una tranquilidad como nunca antes habías conocido. Caerás en una meditación tan profunda... cuando la ira haya desaparecido, te sentirás tan renovado, tan joven, tan inocente, como nunca antes te habías sentido".

Osho, Geometría de la conciencia. Enseñanzas místicas de Pitágoras
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