Ir al contenido principal

El Paraíso está aquí. Y si abandonamos la idea de un Paraíso más allá de la muerte, podremos hacer este Paraíso mil veces más bello.

       ¿Por qué la gente se reprime voluntariamente y adopta meca­nismos de defensa paralizantes?
       No es voluntario. Parece como si fuera voluntario porque para cuando te puedes dar cuenta ya está casi dentro de tu sangre y de tus huesos. Pero no es voluntario, ningún niño aprende nunca nada voluntariamente; se le obliga, es algo violento.
       Puedes fijarte en cualquier niño. Todos los niños se resisten, to­dos luchan hasta el final, todos les crean problemas a sus padres, todos tratan por todos los medios posibles de escapar de este me­canismo paralizante. Pero al final los padres logran dominarlo, porque son más poderosos. Es simplemente cuestión de quién tie­ne el poder y quién no lo tiene.
       No es antinatural que cuando los niños crezcan, empiecen a to­marse la revancha con sus padres. Esa reacción es natural. Es muy difícil perdonar a los padres, por eso todas las sociedades te ense­ñan a respetarlos. Si no puedes perdonarlos, por lo menos respéta­los; si no puedes amarlos, por lo menos respétalos. Pero ese respe­to es formal, es falso. En tu interior sigues enfadado.
       Si lo que estoy diciendo es escuchado, si lo que estoy diciendo se extiende por el mundo, ese día los niños amarán de verdad a sus padres, se conectarán de verdad, porque los padres no serán sus enemigos, serán sus amigos.
       La prole humana es la más débil de toda la existencia, aunque su debilidad es una bendición disfrazada.
       Pero también puede ser explotada, y eso es lo que se ha estado haciendo desde hace siglos. Los padres nunca permiten que las de­bilidades, la impotencia y la dependencia del niño se conviertan en independencia, fuerza, integridad e individualidad; estaban muy contentos de que el niño fuera obediente. Naturalmente, un niño obediente no es un problema. Un niño desobediente es un proble­ma constante, pero es un ser humano real.
       El niño obediente es simplemente excremento de vaca. Un niño que no puede decir que no, carece de integridad, y el sí de un niño que no puede decir que no a algo, carece de significado. Su sí sólo significa algo si el niño es además capaz de decir que no. En­tonces la decisión depende de su inteligencia.
       Pero para los padres es más fácil que el niño diga siempre sí. Se le recompensa por ser obediente; se le castiga por ser desobedien­te. La situación es la misma en las escuelas: los profesores quieren que seas obediente; es más fácil para ellos controlarte, dominarte.
       Todos mis profesores se quejaban a mi padre, y él les decía:
-         ¿A quién me voy a quejar yo? ¿Os creéis que yo mando? ¿Os creéis que me va a escuchar? Haced lo que queráis: castigadle, ex­pulsadle de la escuela, estoy de acuerdo con vosotros en todo lo que queráis hacerle. Pero no me mareéis más con él, porque me paso todo el día... ¿es que no tengo nada más que hacer? ¿Es que tengo que seguir escuchando lo que le ha hecho a ese profesor y a aquel otro, a este vecino y a aquél?
      Y me dijo:
-         Puedes hacer lo que quieras, pero no me arruines el negocio. Viene todo el mundo y me creo que son clientes..., pero resulta que son tus clientes.
-         Haz una cosa ‑le sugerí a mi padre‑. En una de las esquinas de tu gran tienda puedes poner un cartelito que diga: QUEJAS EN LA PARTE DE ATRÁS. Tú te libras.... y yo veré a esa gente. Deja que vengan.
-         La idea es buena ‑dijo él‑, pero ¿has visto en alguna tienda un apartado de quejas? La gente pensará que las quejas son en mi contra y en contra de la tienda; nadie pensará que son en contra de ti. Y tú seguirás haciéndoles travesuras a estos pobres tipos que han venido a quejarse.
-         Era una sugerencia para ayudarte ‑le dije.
       Para los padres es difícil permitir cualquier tipo de desobedien­cia, es difícil para los profesores, para los curas, para todo el mun­do. Ni Dios ‑que es omnipotente, todopoderoso, el mayor déspota, el más grande de los dictadores‑ lo pudo permitir; ni siquiera pudo tolerar una pequeña desobediencia de Adán y Eva. Los echó del Jar­dín del Edén y no habían cometido ningún pecado. De hecho, desde que me enteré que se trataba de un manzano no he dejado de comer manzanas. No veo qué pecado puedo estar cometiendo por comer 105 frutos de un manzano.
       Pero el problema no fue la manzana. El problema fue la desobediencia.
          Por eso,  lo primero es que la obediencia hay que imponerla; para que te obedezcan hay que usar el temor. Ese temor se convierte, en términos religiosos, en el infierno. Para que haya obediencia, hay que usar la recompensa; en términos religiosos se convierte en el Paraíso o en el cielo. Y para mantener el control sobre todo eso se necesita una figura paterna, por eso Dios es el padre.
          Yo sé por qué no han identificado a Dios con la madre. Sé por experiencia propia que cuando mi padre me estaba buscando porque había hecho algo y estaba muy enfadado conmigo, mi madre me escondía en casa. Cuando mi padre se negaba a darme dinero porque había hecho algo que él me había prohibido, mi madre se las arreglaba para dármelo. Por eso sé que una madre no puede ser tan disciplinaria como lo puede ser un padre.
          Y a una madre se le puede convencer muy fácilmente, porque ella es todo amor, ella es todo corazón. El padre es la cabeza, la lógica, la razón, la disciplina. El padre es el hombre y la sociedad está hecha por el hombre. Mi madre incluso solía disfrutar cuando le decía:
-         He hecho algo, y necesito ayuda urgentemente.
-         Primero dime lo que has hecho  me decía. Te salvaré, haré todo lo que pueda, pero antes cuéntame toda la historia. Vienes con unas historias tan divertidas que me pregunto cómo se puede enfadar tu padre. Debería disfrutar de ellas.
          Los sacerdotes, el padre en el cielo, los padres aquí en la tierra, los profesores, los líderes políticos, todos quieren absoluta obediencia de todo el mundo, para que no surja la idea de rebelión, de cambio, para mantener a salvo sus intereses. Todos nos hemos convertido en víctimas de sus intereses particulares. Es el momento de que las cosas cambien.
          El niño obediente siempre es mediocre; desobedecer quiere decir que se necesita un poco de inteligencia. El niño obediente se convierte en un buen ciudadano, va todos los domingos a la iglesia; no se puede confiar en el niño desobediente. ¿Qué hará él en la vida? Puede que sea un pintor, puede que sea un músico, puede que sea un bailarín  profesiones no muy rentables, o quizá se convierta en un don nadie, un vagabundo, disfrutando de su libertad.
          Quiero que salgas de ese círculo. Abandona el temor. No hay nada que temer. No hay ningún infierno que temer y no hay ningún Paraíso que ansiar.
          El Paraíso está aquí. Y si abandonamos la idea de un Paraíso más allá de la muerte, podremos hacer este Paraíso mil veces más bello”.

OSHO, El libro del niño. Una visión revolucionaria de la educación infantil
http://osho-maestro.blogspot.com/